Primera entrada
El hotel en el que estoy hospedada, mientras atino a las palabras para escribir este blog —que empieza tarde—, parece una casita colonial de Perú o Bolivia. No sé cuál de los dos, la verdad, no he visitado ninguno. Lo digo con base a un par de búsquedas rápidas en Internet y en un comentario de Kelly, una niña de Baltimore que fue a Suramérica hace poco y confirmó mis sospechas. El parecido es aterrador, especialmente si se considera, como lo indica el nombre de esta página, que ahora mismo escribo desde China.
Mencioné antes en un una frase atravesada que este blog comenzó tarde; llevo dos semanas largas viajando y hasta ahora puedo reportar. Como le conté a algunos en Bogotá, la idea es tenerlos al día con los lugares y las situaciones por las que paso mientras completo mi tiempo en oriente. La tardanza responde a que mientras hacía alharaca por el viaje, invitaba a mis amigos a tomar té de despedida y pensaba en la mejor manera de dar un último beso en el aeropuerto, olvidé por completo que el Internet acá está restringido. Las páginas que imaginé censuradas se limitaron a YouTube, Twitter y Facebook: ¡qué ingenua! Tampoco hay acceso a WordPress o Blogspot. Aunque suene irreal, esta publicación se hace a través de un correo electrónico. Para explicar el truco me remito al e-mail de instrucciones de mi agente en la red occidental «El "asunto" del correo queda como el título y el "texto" es… el texto». Es decir, yo no tengo idea de como se ve en la red esto que ustedes están leyendo.
Como estoy en el 2016, en Bogotá y REPUBLICANdO, pensé que sería buena idea agregar un par fotos, las que se ven arriba.
Durante los últimos días —para salir de lo técnico— he estado viajando por un tramo corto de la antigua Ruta de la Seda. Mi recorrido comenzó en Beijing y continúo en Xi’an, la ciudad de los Guerreros de Terracota. Como solo he viajado por cinco días las paradas han sido pocas. La tercera en la lista es Xia’he, el pueblo desde el que escribo. El lugar, como comenté, tiene un aire aterrador a latinoamérica. El territorio de este pueblito está rodedo por montañas que colindan con el Tibet. A veces, es justo como estar al lado de Los Andes; las mujeres se peinan con dos trenzas de pescado y usan faldas largas con cinturones de tela tetiados de colores. Los habitantes tienen las mejillas rosaditas por el viento frío de la montaña y se levantan temprano para rezar. La pobreza es abrumadora, aunque eso sí, acá hasta el vendedor de frutas en la calle tiene un iPhone, un iPad o un Samsung Galaxi.
Si pudiera adjuntar fotos en este correo, seguro se aterrarían. Casi todos los habitantes, además, tienen mirada noble de persona del campo que he visto tantas veces en Colombia. Las diferencias, igualmente significativas, son fascinantes. Los habitantes de Xia’he viven en terriorio chino, pero su cultura es más bien la de El Tibet. La mayoría son budistas y hablan tibetano más que mandarín. La edificación central, como decir la plaza del pueblo en las poblaciones de tradición española, es el monasterio Labrang. Según mi guía de viajes, en el monasterio budista comen duremen, estudian y rezan alrededor de 1200 monjes. Es un bocadillo de Tibet.
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Dato llamativo sobre el lenguaje, el tibetano es igual de jodido que el mandarín. Por fortuna, hay una cierta economía del lenguaje que me lleva a hablarles de una de las pocas palabras que he aprendido. Se refiere por igual a «buenos días», «buenas tardes», «hasta luego», «bendiciones» y «buena providencia». La mala traducción fonética es «Dash ta da». Si vienen, usénla, seguro sacan una sonrisa.
El viaje de estas dos semanas continúa en dirección a Turpan, en la región noroccidental. Para llegar allá hacen falta veinte horas en un tren de camarotes triples y letrinas en lugar de inodoros, luego les cuento.
Abrazos,
Laura
Xia’he, 21 de agosto de 2013